Se crió dando capotazos en las calles de Dos Hemanas, iba para torero de postín; pero el destino le reservaba un camino más dulce
Poca gente sabe, cuando se lleva a la boca cualquier delicia de “Postres Montero”, que esta empresa nació del ingenio y la perseverancia del torero nazareno Rafael Montero. A sus 86 años, vive (ya retirado del negocio) en el barrio malagueño de Echegaray, junto a la playa de El Palo, donde nos recibe.
Hasta 1962 fue usted torero. ¿Cómo llega, desde ese ámbito profesional, al de la repostería?
Como ya le conté en otra ocasión, tuve que dejar los toros por las 17 operaciones que me hicieron en un pie tras caérseme un toro encima en la Plaza de Toros de Cádiz en 1951. Tras cuatro años ingresado en el Sanatorio de Toreros, volví a los ruedos e incluso debuté en La Maestranza, pero al final decidí dejarlo. Me faltaban fuerzas.
Y de “Rafalete” pasó a ser de nuevo Rafael. ¿Qué hizo entonces? ¿Había pensado en otra salida que no fueran los toros?
No tenía previsto nada, lo había apostado todo a los toros. Tenía 28 años y me fui a Pozoblanco, donde mis padres se habían trasladado desde mi natal Dos Hermanas. Trabajaba en una pescadería por las mañanas y en una fábrica de chocolate por las tardes.
¿En la fábrica fue donde aprendió a hacer postres?
No, eso vino después, cuando ya vivía en Málaga. Con mi hermano Joselito regenté un bar en Madrid y después otro en Fuengirola. Más tarde, trabajé 11 años de delegado comercial en Andalucía para una fábrica de azulejos de Burgos, llamada RECESA. En una de las reuniones en Burgos, un compañero me hizo probar por primera vez una cuajada con miel y piñones. Cuando la empresa cerró a finales de los 70, viniendo de Burgos en el tren sabiendo que me iba al paro, me acordé de aquella cuajada y decidí hacerla yo mismo.
¿Y cómo salió el experimento?
El primero, fatal. No me salía el cuajo. Me fui al PRYCA, compré un paquete de leche en polvo al 26% y cuajó un poco más. A continuación me fui a Dos Hermanas, a la fábrica de cristales VICASA, y me traje 500 frascos de cristal, los que cabían en mi SEAT 127. Compré papel celofán transparente, lo ajusté con una gomilla al envase y así tuve mi primer lote de 12 cuajadas. Las metí en una nevera y las llevé a un restaurante de Málaga. “Déjalas ahí y luego te llamamos”, me dijo el dueño.
Le llamaron, claro…
Sí, fue un éxito. Al día siguiente me pidieron 24, a los tres días 50, y empecé a llevar cuajada también a otros restaurantes, con la suerte de que me hacían pedidos una y otra vez. A 30 céntimos de peseta cada cuajada.
¿Todas esas cuajadas las hacía en su piso ?
Sí, pero en mi frigorífico solo cabían 200, así que alquilé un local, donde instalé una cámara frigorífica y un horno. Compré dos furgonetas y contraté a dos vendedores que repartían las cuajadas por Torremolinos. Ese fue el germen de Postres Montero.
¿Qué fue lo siguiente?
Me puse a elaborar el segundo postre: el arroz con leche. Intenté que se pareciera lo más posible al que hacía mi madre, que estaba riquísimo.
Su madre, Dolores González Arias, era de Dos Hermanas, ¿no?
Sí. Nazarena de padres gaditanos, y hermana, por cierto, de Arias el futbolista y entrenador. Vivíamos en una calle que daba a la Plaza de Abastos.
Volvamos al arroz con leche. ¿Cómo le salió?
Riquísimo. Conquistó todos los restaurantes de La Carihuela. Los cocineros me decían: “¡Eso lo hace cualquiera!”. Y puse un cartel para los cocineros: “Al que haga un arroz con leche mejor que este, le doy 25.000 pesetas”. Nadie pudo igualarlo.
¿El arroz con leche fue entonces el postre que le dio el gran empujón?
Sin duda. Empecé a venderlo más que las cuajadas.Cambié al envase de cristal por aluminio, que es más barato y ocupa menos. En esa época ya tenía 15 o 20 trabajadores, incluyendo a mi esposa, Isabel, que se levantaba conmigo a las 4 de la mañana.
Y de Torremolinos… a la conquista de Andalucía.
Fuimos aumentando nuestra cartera de clientes y tambien de productos. El tercer postre fueron las natillas. Después, el mousse de chocolate, la tarta de queso y la crema de yogur con tocino de cielo, que fue otro éxito. Compré un terreno en un polígono y levantamos una nave de dos plantas. Llegamos a tener 70 trabajadores en la cadena de trabajo. Yo estaba allí siempre hasta las 12 de la noche, pendiente para darle el punto a los postres.
Y llegaron las grandes cadenas.
Sí, primero PRYCA, El Corte Inglés y por último Mercadona, pero en ese punto tú ya no dominas el negocio. El negocio te domina a ti. Pagaban a 60 días, el dinero estaba en la calle y, al ser un producto perecedero, con los viajes se perdían días y los clientes no compraban si la fecha del postre estaba a punto de caducar. Pero el negocio creció, nos trasladamos a un nuevo polígono con instalaciones más modernas y en 2007 vendimos a Postres Reina, que es la que hoy comercializa nuestra marca.
Ahora son para Rafael años de merecido descanso tras una vida tan azarosa y sacrificada. Tiene tres hijos y la vida asentada en Málaga (adonde llegó en 1970), aunque él siempre recuerda, a todo el que le pregunta, que él es de Dos Hermanas. Gracias, Rafael, por tu ejemplo de vida.