Rafael Castejón: el hombre que vistió a Dos Hermanas durante medio siglo

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Rafael Castejón
Taller de Castejón en Aníbal González, donde estaba la casa familiar. A la izquierda, su hija Pepa. Con la máquina de coser, su esposa Margarita. Con la plancha, su hijo Rafael.

En 1931 abrió el primer taller de sastrería de Dos Hermanas, que en épocas de gran demanda, como el Santiago, llegó a emplear a 25 costureras

El hecho de que los estrechos de pecho no fueran a la mili quizás regaló a Dos Hermanas uno de los mejores sastres de su historia. Cuando se estableció en nuestro pueblo, en 1931, tenía 18 años, y por ese insuficiente perímetro pectoral se salvó de ir a la guerra.   De hecho, en pleno conflicto armado (1937) se casó con la nazarena Margarita Roldán Moreno, a la que conoció precisamente como costurera en su taller.

Rafael Castejón
Foto de boda de Rafael Castejón Hernández y Margarita Roldán Moreno en 1937.

No había sastres en Dos Hermanas. Rafael Castejón fue el primero que se instaló aquí. De su taller salieron miles de trajes y uniformes que vistieron a varias generaciones de nazarenos durante 44 años, hasta que se jubiló en 1975. Todavía hay quien conserva hoy, y luce con orgullo, “un traje de Castejón”.

Antes de aprender el oficio en un taller sevillano, su padre lo había colocado de aprendiz en una carpintería y, más tarde, en una confitería. Pero donde el chaval mostró un asombroso talento fue en el arte de la sastrería. Resolver trajes en cuerpos difíciles resultó ser una de sus habilidades innatas.

Rafael Castejón
Útiles del taller de sastrería que todavía conservan sus hijos. La plancha (de carbón, ya que no siempre había fluido eléctrico), de fabricación alemana, fue adquirida en 1945 a un sastre jubilado. Había que encenderla una hora antes para que se calentara. Las tijeras, mermadas tras años de afilados, data de 1955. El banco de plancha se lo fabricó un hermano carpintero en 1932. El metro de la entrepierna es anterior a 1950.

La Plaza de Abastos, la calle Botica, Antonia Díaz, San Alberto y, por último, Aníbal González fueron las ubicaciones de su taller, que se fue trasladando conforme el negocio progresaba. Hacía falta espacio para las herramientas y para el personal. Llegó a tener a 25 mujeres cosiendo, pespunteando, hilvanando la tela que él cortaba. Mientras sonaba de fondo la radionovela, las aprendizas hacían mangas, picaban cuellos. En el siguiente nivel estaban las oficialas, que ponían mangas, tapas de cuellos, delanteros… Y desde sus propias casas trabajaban una pantalonera y una chaquetera. María Boza, María Alonso, Pepa Monje, Pepa Blanco, Isabel Martínez, María Clarevot o Carmelita “la del capataz” fueron algunas del centenar de mujeres a las que el taller dio empleo en casi medio siglo.

Uno de sus clientes, el Gran Silverio, salió disparado del coche tras un accidente. El médico le dijo que salvó la vida por la calidad de su traje

Que hubiera más o menos trabajo dependía de la época del año. Para el Valme y el Rocío se demandaba mucho el traje corto y salía también mucho marsellés (una pelliza de paño tipo chaquetilla).

Pero no es de extrañar que la época de más ajetreo en el taller fuera el mes de julio. A la gente le gustaba arreglarse para el Santiago. Desde tres meses antes, Castejón ya no aceptaba encargos. Los horarios, que normalmente eran de 9 a 2 y de 5 a 8, se alargaban. Rafael se levantaba a las 5 para preparar el taller y a las 6 ya estaban allí las costureras, cuya faena podía alargarse hasta las 12 de la noche. Tras la entrega de los encargos, Castejón cerraba un mes e invertía las ganancias en descanso: se llevaba a su mujer y sus cuatro hijos todo el mes de agosto a Valdelagrana.

Rafael Castejón
1956. Una tarde en el “Parque de las Palomas”. Las costureras del taller formaban parte de la familia Castejón. De izquierda a derecha, de pie: Carmelita la del capataz, Pepita Castejón, Rafael Castejón, Pepita la del capataz, Ani (prima de la anterior), Pepa Blanco, Margarita Roldán (esposa de Castejón) y sus hijos Rafael, Luis (en cuclillas) y el pequeño Tomás.

El problema llegó en los años 60, con los almacenes de aceitunas. Se ganaba más como obrera de almacén que como costurera, así que Rafael se encontró con el siguiente dilema: había mucho que coser, pero pocas mujeres que cosieran. Lo resolvió con un taller de apoyo en Rociana del Condado. Una oficiala suya, María Triguero, abrió un taller en aquel pueblo de Huelva y Rafael le derivaba parte del trabajo. Allá que se iba una vez por semana, en su Renault 10, acompañado por alguno de sus hijos, a recoger los trajes. Antes del R-10 tuvo un Seat 600, y antes una Lambretta, con la que se iba a tomar medidas, a veces a haciendas y cortijos en el campo. Cuando se ausentaba, su esposa Margarita, gran costurera, se hacía cargo del taller.

Distinguida clientela

Claro que para que un negocio de trajes de caballero prospere, tiene que haber caballeros que encarguen y paguen esos trajes. Al principio, en la posguerra, confeccionó muchos de patén (tejido hecho con residuos de otras telas) para trabajadores del campo. También se puso de moda, en los 40 y los 50, el traje de tela blanca, del que Castejón se hizo especialista. Con el tiempo, la clientela se fue distinguiendo y las modas fueron cambiando. Trabajó sobre todo los trajes en liso, en raya diplomática, en cuadro de Gales. Funcionarios, personal del Ayuntamiento, conserjes, empresarios de la aceituna, altos cargos del ejército, guardias civiles… eran sus clientes habituales. También vistió a artistas y futbolistas: los Hermanos Reyes, Bambino, Los del Río, El Rerre, Cardeñosa, Mühren fueron algunos. El cliente facilitaba los paños y Castejón cobraba la “hechura”, que en los años 50 ascendía a 175 pesetas. Eso sí: si Castejón ponía la lana, esta era pura y de primerísima calidad.

Uno de sus clientes, el cantaor “El Gran Silverio”, contaba que salvó la vida gracias a un traje de Castejón. Tuvo un accidente en la carretera de Málaga y salió despedido del coche a una distancia de 80 metros. El médico que le atendió le aseguró que fue la calidad de la pura lana del traje lo que le había salvado la vida. “Si hubiera llevado otra cosa, se habría dejado la piel en la carretera”, le dijo al artista, que en cuanto pudo fue al taller para agradecérselo.

Rafael Castejón
Los cuatro hijos de Castejón aprendieron y ejercieron el oficio de su padre. Hoy están todos jubilados. Desde la izquierda: Tomás, Pepita, Rafael y Luis, sentados en uno de los bancos de “Los Jardines”.

Castejón compraba siempre productos de primera: las telas, en Izquierdo Benito (una pañería de Sevilla) y en Las Siete Puertas. La botonería, en La Catalana. Con los años (décadas de los 60 y 70) apareció la figura del representante de las fábricas, que venía con sus muestras y catálogos y al que se encargaban forros, entretelas, y hebillas.

En 1965, paralelamente a su taller de Aníbal González, abrió una sastrería con pañería en Santa María Magdalena 65, frente a “Alvarito”. Al jubilarse en 1975, clausuró el taller pero dejó abierta la tienda a sus hijos Tomás y Rafael, que la han mantenido hasta 2015. Todavía permanece en el local la leyenda “Confecciones. Sastrería Hermanos Castejón”.

Inoculó el beticismo a toda su familia. Los domingos de partido se iba con su esposa en su Renault 10 al Benito Villamarín para ver al Real Betis

En los días tranquilos, tras cerrar el taller, Castejón solía ir al Casino. Le gustaba jugar al dominó. También iba de cacería. Pero sobre todas las aficiones predominaba una: su beticismo, que inoculó con pasión a todos sus hijos, nietos y bisnietos. De niño llegó a ver jugar al Real Betis en el Campo del Patronato. De adulto, iba con su esposa todos los domingos al Benito Villamarín. Y si el equipo jugaba fuera, cogía el Renault 10 y montaba a sus nietos para ver al Betis Juvenil o al Betis Deportivo. Y, por supuesto, fue uno de los muchos nazarenos que, en el Vicente Calderón de Madrid, celebraron la proclamación del Betis como campeón de la Copa del Rey aquel 25 de junio de 1977.

Rafael Castejón Hernández falleció el 23 de febrero de 1999, con 85 años. Trabajó mucho. Se entregó a su familia. Disfrutó de su jubilación. Nuestro recuerdo y homenaje a este gran sastre que vistió a nuestros abuelos.