1968
Llueva o haga calor, el cosario Rafael Plaza trae diariamente a Dos Hermanas las mercancías que necesitan los comercios
Fue por 1940, llegado de la mili, cuando Rafael Plaza puso la primera piedra de su negocio. En un carro tirado por su borriquillo Perico, iba y venía diariamente a Sevilla cargado de mercancías: garrafas de aceitunas, animales vivos, encargos. Una vez cargado el carro, era su cuñado Fernando quien se lo traía a Dos Hermanas y él regresaba más tarde, caminando. No lo hacía hasta que, en el “Almacén Fernández Gómez”, de la Plaza de la Encarnación, le entregaban el paquete de medicinas para D. Juan Luis Sánchez López, la farmacia frente a la Plaza de Abastos. Eran 4 horas de ida… y 4 de vuelta.
Mejor a motor
Hoy el oficio de cosario sigue siendo sacrificado, pero la tecnología llegó en su auxilio para hacerlo menos penoso. En 1945 se compró su primer camión (un Ford), que jubiló en 1951 para cambiarlo por un Thames Traver. Con este llegó un día a Dos Hermanas a las 8 de la mañana ¡tras ocho pinchazos! Tuvieron que arreglarlos con las suelas de sus zapatos. Pero ambos vehículos fueron de segunda mano. No ha sido hasta ahora, en 1968, cuando ha podido comprarse su primer camión totalmente nuevo: un moderno Ebro con una capacidad de carga de 4.000 kilos. El negocio ha crecido al mismo ritmo que lo ha hecho Dos Hermanas, así que se ha visto obligado a multiplicar su plantilla: a sus dos empleados (Antonio Alanís y Gregorio Tamayo) se han unido sus hijos Rafael y Pepe.
Dulces, sacos y colchones
Surtir a Dos Hermanas de cuatro toneladas diarias de mercancías requiere de gran orden y organización. Por la mañana, para adelantar trabajo, se visitan los comercios nazarenos: talleres de bicicletas (como Maqueda), ultramarinos, confecciones, perfumerías, quincalla (la de Mariquita Los Calientes)… todos los encargos quedan anotados y, a eso de las dos de la tarde, el camión llega a Sevilla para repartir las notas de encargo por los distintos almacenes. Sobre las ocho, el cosario ya está cargado y emprende el regreso. Frente a la Plaza de Abastos se descargan sus productos: entre otros, maletas de madera con dulces del obrador de Pedro Niño para el puesto de chucherías de Juan, sacos de caramelos para la tienda de Rubio “Candela” o de café crudo para el Bar Esperanza, que José Ballesteros tostará más tarde para sus clientes.
Pero si hay un cliente especial para Rafael Plaza, ese no es otro que “Almacenes Mora”. No hay día en que el camión no venga cargado de colchones Flex, muy de moda en los últimos años. Llegando el otoño, piden camiones de mantas traídas de Almacenes Peyré y, en Navidad, toneladas de juguetes de Casa Barreito.
Son ya las 10 de la noche. El camión descansa en su cochera de la calle San Fernando para volver a la carga mañana. Como hace cada día, Rafael ha pagado a sus empleados y ya va camino del Bar “El Chico” (esquina Pachico con Cristo de Vera Cruz) a echar un rato con sus amigos. Mañana será otro día.
“Un apretón de manos vale más que mil firmas”
Rafael Plaza Gutiérrez nació en 1920, hijo de los nazarenos Natividad y Manuel (zapatero remendón). El 20 de enero de 1941 se casó con la carmonense Encarnación García Rivas, tres años menor, con la que ha tenido tres hijos: José, Antonio y Rafael. Es hermano de Vera Cruz y Cautivo. De carácter fuerte y chapado a la antigua, se niega a que nadie le firme ningún papel al entregar una mercancía. “Un apretón de manos vale más que mil firmas”, asegura. Y le va bien así.