La Virgen ha mostrado, como es su costumbre, la misericordia con el pueblo de Dos Hermanas
En una fundamentación veterotestamentaria básica, María es la Guebirah mesiánica, reina madre de Israel cuyo papel era interceder ante su hijo el rey por el pueblo, idea que desarrolló ampliamente –como he dicho en muchas ocasiones- mi amigo el gran teólogo dominico Fray Antonio García del Moral y que he visto por cierto citada en esta semana el primer día de quinario de la Virgen, el lunes, por el predicador don Adrián Ríos Bailón. Nos remitimos entonces a la idea de María Mediadora de Todas las Gracias, idea que, aunque no es dogma de fe, es creencia piadosa defendida en Sevilla con mucho ahínco por las hermandades y no voy a entrar en un discurso histórico –éste no pretende ser un artículo de historia sino de una elemental mariología- en el que nombre las cofradías que tan gloriosamente la han defendido. Pero, desde luego, Santa María, muy especialmente en su advocación de Valme ha mediado ante su Hijo, el Cordero Inmaculado, por sus hijos, los hombres, muy especialmente los que a lo largo de la Historia han habitado, caminado, disfrutado y sufrido, en nuestra tierra. Hay que mirar muy especialmente la posición que ha tenido María en el misterio de Cristo. Y, dentro de la unidad del misterio de Éste, se puede hablar de tres dimensiones:
En primer lugar, la histórica que encuadran los hechos de su vida conocidos y captados por los que con él vivieron y vieron sus obras y que transmitidos en la posteridad a los pueblos son la base de la fe en Él, en Jesucristo Resucitado, pivote de nuestra fe. Los hechos de su vida tienen una metahistoria a la que accedemos desde la fe. María, como es lógico y natural, en esta historia tiene un papel de primer orden. El ‘fiat’, el hágase tu voluntad, de la Virgen es el comienzo de la historia del Verbo, del Logos encarnado, de Jesucristo en suma. En ella se contemplan la faceta humana y metahistórica. Viéndola en la primera es, desde luego, una simple y sencilla aldeana nazarena pero por la segunda Dios se revela a los hombres. El estudio del misterio de Cristo necesita exige para completarse el estudio de la figura de María. Lucas es el primero, como en tantas cosas, que toma por este camino. Ahora bien, no podemos considerarlo un mariólogo al uso.
En su evangelio, la Virgen entra en relación con su Hijo cuando éste la necesita y el mensaje doctrinal del evangelio lucano acaso lo exige para un discurso lógico y doctrinal coherente. Acontece así evidentemente en la Anunciación, revelación de que Dios, inopinadamente, de manera sencilla, casi oculta, viene a salvarnos. También ocurre en la Visitación que reafirma la Anunciación, pues Isabel, prima de María, y también como ella al parecer de familia levítica, se alegra enormemente con el suceso, con ese volverse hombre, en toda su pequeñez, de ese Verbo, de ese Logos, de esa palabra que, en definitiva, es Cristo Jesús. En la Presentación Lucas refiere la oblación, esa entrega sin medida a los designios del Padre, de Cristo. Por otro lado en los relatos joánicos, de San Juan, sea o no el Evangelio de él que ello no nos importa y sólo seguimos la tradición inveterada de la Iglesia, también aparece la intención cristológica. La presencia de María es ocasión de revelar el gran papel que tiene. Sacamos así dos conclusiones básicas. El misterio de María recibe toda su luz, como no podía ser menos de ese astro que es Cristo. Así pues, el estudio de los misterios marianos no puede separarse, está unido con fuertes lazos, a su encuadre natural en el global de Cristo, ese Logos griego, que parece incluso complicado, pero que no es otra cosa que el Hijo, unido a través de un amor infinito, que es el Espíritu Santo, a la persona, que a unos puede –a mi no- parecer inaccesible, del Padre. Un estudio teológico elemental sobre María asciende así al de su Hijo, al cual se subordina en una lógica lineal. Hay que tener en cuenta que el misterio de la Encarnación, por otra parte, no sería nada sin María aunque el Hijo sea la parte principal del mismo misterio por razones obvias.
Por otro lado, en una dimensión soteriológica, salvadora para que nos entendamos hablando en román paladino, hay que distinguir el papel de la Virgen en la redención objetiva y primaria por la cual Jesús nos libera de la onerosa carga del pecado. El único mediador en principio es Cristo. No puede admitirse mediación humana que no quede subordinada a la de Cristo. El esquema pues es muy lógico y parte del Padre, sigue por el Hijo y acaba en esa mediación subordinada de la Guebirah que es la Madre, todo ello impregnado de una manera total por el Amor, que es el Espíritu Santo. María, desde luego, muestra una colaboración especial en la obra ingente de su Hijo. Dios espera su ‘fiat’, su hágase y si Ella influye en la encarnación lo hace también de una manera consecuente, natural y lógica en la redención.
En lo que llaman los teólogos redención subjetiva o apropiación por la fe, en María virtud teologal que tuvo en extremo ni más ni menos que las otras dos o las cardinales, de la objetiva la Virgen es la perfectamente redimida. Ella, sin duda, es la plenitud del Espíritu. Es, para que comentarlo ante los que lo saben, la perfecta cristiana y por ende la perfecta discípula. Es figura, como para tantos aspectos, y modelo del cristiano, el ejemplo palpable, evidente y de nuevo lógico, entendida esta palabra en una dimensión consecuente y de afinidad con su Divino Hijo, de lo que debemos ser sus hijos peregrinos por la Tierra. María se nos presenta y enseña como modelo de todos los redimidos y a la vez intercesora en ese cuerpo místico que es la Iglesia.
Además, por otra parte, en una dimensión eclesial a nuestra Madre, la Iglesia, se le ha mandado y encargado proclamar y extender la buena nueva, ese Evangelio de Cristo preparado y destinado a llegar a todos los pueblos, a los confines del orbe, conocido o no en los tiempos del nacimiento de la fe cristiana. La Iglesia es una comunidad unida místicamente a Cristo, en cierta manera es la esposa del Cantar de los Cantares aunque este libro tiene un matiz de erotismo humano difícilmente entendible por lo menos ahora. María es la obra más acabada de la esencia de la Iglesia. Conocerla y amarla es conocer y amar a la Iglesia. Es un miembro de ella con caracteres singular e irrepetible. Es figura de la misma Iglesia en su maternidad y en su virginidad, tipo en su fe, caridad y unión sin fisuras a su Divino Hijo, ejemplo acabado e insuperable de santidad que representa la exigencia, fuerte pero alcanzable, que a la comunidad se le pide. Muestra además al Cuerpo Místico que es la misma Iglesia los tiempos nuevos y los cielos nuevos que le esperan tras el parto apocalíptico y es, en fin, no menos Madre amantísima de la Iglesia y como tal volcada con ella en todos los aspectos, más, desde luego, que la mejor de las madres ya que ella es en si la mejor Madre.
Y así pues en la historia la Virgen se ha volcado en estas tierras con todo el que lo ha pedido. Si no atacamos la ‘leyenda’ fernandina, que, como historiador, opino que tiene más de historia que de leyenda por su secuencia lógica, María ayuda al rey San Fernando y a Pelay Correa a encontrar agua y a conquistar Sevilla, eso si, de una manera natural y no como alguna sevillana divertida te la presenta…Por otro lado, en todo momento histórico Santa María de Valme auxilia a Dos Hermanas. Me niego a entrar en demasiado detalle. Para ello lean por ejemplo el magnífico artículo de Jesús Barbero Rodríguez en la revista ‘Romería’ de este año sobre el auxilio de la Virgen en la epidemia de principios del XIX y verán que no me molesto ni en poner el año en que acontecieron los hechos. Además, la Virgen auxilio a los nazarenos en otros muchos momentos en circunstancias de muy diverso tipo sea de una manera particular o colectiva. Su imagen, tótem, y no me duelen prendas de usar esta palabra de los indios americanos, de Dos Hermanas y pomo de sus más depuradas esencias, siempre ha presidido nuestra historia y ha sido, desde luego, en ocasiones, faro de banderías como cuando se le quiso quitar en la II República la calle a tan celestial Señora y el pueblo reaccionó indignado. Además, volviendo a la lógica de mi discurso, ¿cuántos pequeños milagros, algunos invisibles e inaudibles, ha hecho la Virgen, su Virgen, por los hijos de Dos Hermanas?¡Cualquiera sabe el número!.
La Virgen, Madre de Misericordia, en este año de la Misericordia proclamado a los cuatro vientos por el papa Francisco, derrama a manos llenas, abundantemente, con lógica aplastante pues para Ella no cabe duda de que es totalmente natural y divina –teniendo en cuenta las dos facetas marianas que hemos recogido- sobre sus hijos y para nosotros los de Dos Hermanas especialmente sus muchos y ricos dones, en una ciudad que a pesar de su procelosa historia, de su paro, de su pobreza, de sus problemas sin cuento que son muchos, vive a la vez una época de esplendor que no se muestra sólo en el progreso personal sino también en el colectivo, de una colectividad compleja y multiforme, no uniformemente cristiana, no cabe duda, pero si impregnada religiosa y culturalmente del Cristianismo.
En fin, debo y quiero acabar. Sólo me queda decir que Santa María de Valme, Madre del Verbo, proteja siempre a Dos Hermanas y la favorezca con mercedes sin cuento. Yo no espero nada menos del valimiento de Ella, como, en una secuencia lógica, esperaron siempre mis mayores.