Tuvo dos familias: la suya propia y la de este club histórico, del que fue miembro fundador
Ha sido un verano duro para la Unión Deportiva Consolación, uno de los clubes de más solera de Dos Hermanas. Ya no va de un lado para otro, organizando rifas y homenajes, con su leve cojera y su humildad a cuestas, Manuel Jiménez Rebollo, “Manolito”. Súbitamente nos dejó el pasado 13 de junio, dejando un hueco insustituible en la gran familia de este club que ahora cumple 40 años. Manuel tenía 61 años y un alma joven. Tan joven que uno de sus entretenimientos era subir a las redes sociales, como un adolescente, divertidos videos de Tik Tok, en los que involucraba a toda la familia.
Muchos nazarenos lo conocerán por haber sido camarero en la Venta Manolín, que levantó su padre. En Consolación, la barriada que creció en torno a la venta, ha supuesto un fuerte golpe su muerte. Porque Manuel tenía, entre sus virtudes, una que lo hacía distinto y especial: su predisposición siempre desinteresada. Todo lo hacía para ayudar a los demás, para sembrar una ilusión, reconocer un esfuerzo. Y sin esperar nada a cambio, deseando pasar desapercibido. Si un alevín entrenado por él no jugaba los minutos que su padre desearía, Manuel sabía qué decirle. Con una cerveza por delante y buen talante conversador, ese padre se convertía en otro amigo.
Manuel Calahorro, excelente centrocampista en sus años de futbolista, estuvo bajo sus órdenes cuando Manuel Jiménez era entrenador. Dice de él que “no era un entrenador; era algo más: un educador. Creaba una familia”.
Así que Manuel siempre tuvo dos familias: la del club y la suya propia, formada por su esposa María Luisa Rosa Sánchez, sus tres hijos (Manuel, Paco y Luisa) y sus seis nietos: Desirée, Manuel, Raúl, Leo, Lucía y Ángela. Cuenta su hija Luisa que, a pesar de esa dedicación, siempre estuvo atento a sus necesidades. “Papá, ¿donde estás?”, le preguntaba por teléfono. “En el club. ¿Qué necesitas?” Lo dejaba todo y allá que se iba a hacerle una fotocopia o arreglar lo que su hija le pidiera.
Desde el 2015 se le ocurrió organizar homenajes a personas históricas de la Unión Deportiva Consolación. Disfrutaba con la preparación del acto, con la sorpresa. Decía que “los homenajes hay que hacerlos en vida”. Sin embargo, su modestia no le permitió aplicarse su propio lema y nunca admitió ser él el centro de los aplausos.
Estaba en forma, solo la tensión arterial un poco alta. Todos los días hacía 12 kilómetros en su cinta, pero llegó su hora, sin avisar. Se fue, pero dejó el campo bien sembrado. Los cientos de niños que han pasado por la cantera de la U.D. Consolación y el Ibarburu C.F. (donde también entrenó) nunca olvidarán su generoso ejemplo, su gran calidad humana, su altruismo. Hasta siempre, Manuel.
Lo fue todo: entrenador, presidente… y hasta utillero
Manolín (en la imagen, su carnet de directivo en 1993) ostentaba el carnet de socio número uno del club. Y si no lo hubiera ostentado, lo habría merecido igualmente. Su vinculación a la Unión Deportiva Consolación ha sido tan estrecha que prácticamente ha sido su casa. Se encontraba entre aquel grupo de jóvenes entusiastas que, frente a la fábrica de Pipensa, jugaba al fútbol en un descampado, con dos piedras por portería. Se tenían que meter bajo los camiones de piensos para recoger la pelota.
En 1980 formó parte del grupo fundador del club. Decidieron elegir los colores de la Unión Deportiva Las Palmas: azul y amarillo, nada vistos en Dos Hermanas.
A partir de ahí lo fue todo en el club: futbolista (lateral derecho de los de antes, con gran pundonor; tuvo que dejarlo tras cuatro operaciones de menisco), entrenador en todas las categorías, tesorero, presidente (en las temporadas 1995/96 y 2000/01) y hasta utillero. Nunca se le cayeron los anillos para lavar las equipaciones, pintar la cal del campo con un carrillo o pasar la esterilla para que el albero estuviera perfecto para los partidos. Con su furgoneta Fiat Ducato iba a recoger a los niños si no tenían transporte. Aunque era de 9 plazas, llegó a meter hasta 15, rumbo a un estadio rival. Hay quien recuerda en el club aquella vez que fueron a jugar un amistoso al colegio San Juan de Dios en Alcalá ¡en bicicleta!