José Jiménez convierte su casa en un palacio de caramelo. Fabrica piñonate, garrapiñada y, ahora que se acerca la Navidad, construye juguetes de madera
De una de las casas de vecinos de Cantaelgallo emana un embriagador olor dulzón. En el interior de una de ellas, José Jiménez Rodríguez, Pepe “El Dulcero”, canturrea una copla mientras remueve un perol de cobre en el que calienta caramelo a fuego lento. En una mesita esperan los moldes de plomo donde verterá la masa azucarada. Tienen forma de hacha, de patito, de pistola. Cuando se seque el caramelo líquido, retirará los moldes y tendrá listas nuevas chucherías. También ha preparado garrapiñada, piñonate y manzana en dulce.
Se hace tarde en esta noche estrellada de 1964. Pepe lo guarda todo en una bolsa para llevarlo, temprano al día siguiente, a su kiosco situado en la puerta de la Plaza de Abastos. Al salir de la habitación se topa, asomado tras la puerta, con su hijo Juan José, de tres años, que ha seguido con embeleso las labores de su padre. “Papá, ¿tú eres mago?” , le ha preguntado. Pepe ha reído, le ha revuelto el pelo y se lo ha llevado a la cama.
Dos Hermanas despierta
Todavía no ha amanecido y la Plaza de Cruz Conde es un hervidero donde convergen cientos de mujeres que van a echar su jornal en los almacenes de aceitunas. Son las primeras clientas del día. Un cartuchito de maní ha pedido una; otra le ha encargado un diábolo para el cumpleaños de su hija. Después se han acercado varios tenderos de la plaza a los que ha vendido tabaco y, más tarde, ha atendido desde el mostrador a varios zagales que iban al colegio de La Almona o al del Cementerio, y le han pedido una peseta de chicles marca “Bazooca” de fresa y menta. Al rato llega, para echarle una mano, su esposa, Encarnación Monge Perdigones, con quien se casó en 1960. Se conocieron de niños. Aunque ella nunca pudo aprender a leer, él tenía una clave secreta para manifestarle su amor. Le hacía llegar cartelillos de cine donde se veían actores abrazados o en posiciones románticas. Con eso bastaba para hacerla suspirar. Antes de la boda, ella trabajó de rellenadora en León y Cos, pero ahora se encarga de la casa, los hijos, y de ayudar en el kiosco.
Llega hoy cargada de juguetes de madera que se ha traído de casa. Se acerca la Navidad y, ya desde septiembre, Pepe se afana en construir caballitos de madera, carretas, fuertes del Oeste y, por supuesto, el juguete que más se vende este año: “La Ponderosa”, el rancho en miniatura de la serie de televisión “Bonanza”. Pepe corta las piezas, las ensambla, las pinta y cuelga los juguetes en los laterales del kiosco. Por eso estos días se mezclan en casa el olor a piñonate con el de tinte de fucsina, con el que colorea de verde el serrín que imita el césped de “La Ponderosa”.
Árboles de Navidad
En Semana Santa llegan los valencianos para traerles helados, que solicitan mucho los clientes en el kiosco; en verano venden sobre todo altramuces y chufas. Y en Navidad, ademas de las castañas asás, para aumentar las ventas Pepe lleva desde julio acumulando cartones de tabaco vacíos para forrarlos en papeles de colores y venderlos como canastos para los regalos de Reyes. Su mente, que no para de crear, ha ideado algo novedoso para este año: la venta de árboles de Navidad; es tan sencillo como hacer agujeros en un palo, meterles alambres y enrollarlos con boas de colores. “Serán los primeros árboles de Navidad que se vendan en Dos Hermanas”, se dice mientras los construye.
Milhojas de Utrera
Nadie le ha regalado nada a Pepe “El Dulcero”. Poco provecho pudo sacar de las Escuelas del Ave María donde estudió con Don Gerardo. Sabe lo que es trabajar duro desde pequeño, cuando iba en bicicleta hasta Los Palacios a vender quincallas, hilos y agujas de su hermana Frasquita. Su padre, Juan Jiménez, llegó de Utrera viudo y con ocho hijos a su espalda, y para alimentar a tan numerosa prole se puso a hacer lo que mejor sabía: milhojas y pasteles. Abrió un kiosco de chucherías en la calle Pedro Parias, así que su hijo Pepe aprendió el oficio en casa. Con el tiempo, Juan consiguió que le adjudicaran el kiosco de la plaza, al que más tarde se añadió un segundo, de tal manera que los dos kioscos a la derecha del mercado son suyos y los de la derecha son puestos de churros.
Aunque el kiosco es de Juan, este le paga un salario a su hijo para que lo regente. Ahora, a sus 33 años, Pepe es un personaje querido y respetado en Dos Hermanas. Le avalan su tenacidad en el trabajo y su encanto y honestidad tras el mostrador. No se le pasa por la cabeza sisar un real a nadie, ni siquiera a un niño que le compra unas avellanas. Esa honestidad es la que transmite cada día a sus hijos Juan José, Antonio y María Jesús.
Ya es mediodía. Pepe “El Dulcero” no se toma ni un rato de descanso. En las entre horas en que el kiosco se cierra, aprovecha para hacer chapuces de pintura y empapelado de casas. Le pide al Gran Poder, del que es muy devoto, que el trabajo no le falte y la vida le siga sonriendo a él y a su familia.
NOTA
Pepe “El Dulcero” falleció en 1979 a los 48 años de edad de un cáncer de estómago. Pocos años antes falleció su padre. El primer ayuntamiento de la democracia, eliminó los kioscos de la puerta de la plaza, que hoy solo perduran en la memoria de algunos nazarenos.