1962
Todo se truncó en menos de un año: se fue a la guerra, fue encarcelado, murió su esposa y sus hijos pasaban hambre
Si la vida en el campo en Torre Cardela (Granada) ya era dura de por sí, Vicente Navarro Cabrera no imaginaba, cuando se encontraba en la siega aquel 18 de julio de 1936, que todo iba a ir a peor. Vinieron a avisarle. Había estallado la guerra.
Afiliado al PSOE y a la UGT, Vicente dejó en el pueblo a su mujer, Catalina, y a sus tres hijos pequeños (Mercedes, Ángela y Vicente) mientras batallaba en la Brigada 80 Mixta defendiendo la causa republicana. En 1939 es detenido y pasa por las cárceles de Guadix y Granada, hasta que en 1943 es trasladado a la Colonia Penitenciaria de Los Merinales, en Dos Hermanas. Antes, en 1940, para coronar la tragedia, falleció su esposa. Desde la cárcel solicitó un permiso para ocuparse de sus hijos, pero le fue denegado. Al cuidado de los menores queda su suegra que, desesperada, ingresa a las dos niñas (escuálidas por el hambre) en un convento y se queda al cuidado del pequeño Vicente, de cuatro años. La señora, paupérrima, rapaba al niño al cero con una doble intención: así libraba al chiquillo de los piojos y después lo paseaba por los cortijos para dar más pena y pedir una limosna o recibir un trozo de pan duro.
El preso del canal se enamora
Mientras, Vicente es un preso más en las obras del canal. Habla de palizas y hambre detrás de la alambrada. En esa vida miserable, dos rayos de luz: se hace novio de María Tornay (hija del capataz de la Hacienda Lugar Nuevo) y le conceden, por fin, el cuidado de sus hijos, que pasan a vivir con los padres de su prometida, una solitaria casa sobre un cerro desde que se avistan la hacienda y el campo de concentración: dos mundos contrapuestos.
Tras ocho años preso (cuatro de ellos en Dos Hermanas), Vicente es liberado en 1947 y, paradojas de la vida, se coloca como capataz en las obras del canal. Pasó en un día de hacer trabajos forzados a ser hombre libre asalariado. Se casa con María, se van a vivir a una choza y tienen dos hijos: Paco (nacido en 1947) y Pepe (en 1950). Cuando se mudan a Bellavista, la familia está compuesta por siete miembros: el matrimonio, los tres hijos granadinos de Vicente y los dos nacidos aquí.
Ocho borricos, un bar y un camión
La existencia de Vicente tras su paso por la colonia es un compendio de sacrificio y olfato para sacar adelante a su prole. Como capataz ahorra lo suficiente para comprar cabras y borricos. Se hizo arriero. Con ocho o diez borricos asistía a las obras llevándoles arena y ladrillos y retirándoles los escombros. Tuvo que contratar a un hombre de La Rinconada, al que conocían por “Goro”, que iba con los animales a pueblos tan alejados como Villanueva del Río y Minas. Le acompañaba el pequeño Vicente. Dormían “al pelao”, aprovechando los repechos y acurrucándose junto a los animales buscando su calor. Una noche, el zagal se quedó solo en medio del campo porque el “Goro” se había ido de tabernas. Adormilado, soñando quizá con la madre de la que apenas tenía recuerdos, notó que alguien le tocaba la pierna y al abrir los ojos, en vez de al “Goro”, ¡vio a un jabalí!
Vicente padre se fue adaptando a los tiempos. Dejó los animales y abrió un bar llamado “La Parra”, y después una tienda de comestibles, que tuvo que cerrar porque no se podía vivir del “fiao”. En 1960 compró un camioncillo y creó una pequeña agencia de transportes. Ahora, en 1962, tiene 53 años. Las penurias pasadas no le merman las ganas de seguir progresando. Su mujer, María, trabaja en un almacén de aceitunas de Dos Hermanas.
Mientras tanto, el pequeño Vicente, ese al que rapaban durante la guerra, tiene ya 26 años. Se echó novia en Dos Hermanas (María González se llama) y se casan este año de 1962. Pero esa es otra bella historia que contaremos otro día…