En Dos Hermanas hubo un mago en los años 60. Juan Román actuaba en circos y velás. Pronto vio que aquello ponía en riesgo su vida y que solo daba para malvivir
El padre era mutilado de guerra y trabajaba de portero en el almacén de la Lagunilla. Su madre echaba horas como rellenadora en Lissén, Carbonell y el Arsenal. Nació en 1939. Era el mayor de cinco hermanos y la escasez le empujó a buscarse el pan desde bien pequeño. Juan Román Sánchez tiene 84 años, y durante algunos de ellos se hizo llamar “El Mago Yermi”.
¿Pasaste hambre en tu infancia?
Pues sí. Nos daban el pan con la cartilla de racionamiento en la panadería de Campaña, junto al colegio del cementerio. Con 15 años trabajaba cuidando cerdos en el Castillo de la Serrezuela y no me pagaban. Solo iba porque la señora me daba para almorzar un pan con manteca y un arenque.
¿Cómo llegaste a la magia?
No sé cómo, cayó en mis manos un libro de magia. Yo trabajaba en una huerta donde hoy está el Carrefour, y allí leía el libro en los ratos libres.
¿Cuando fue tu primera actuación?
Sobre el año 1957 (tendría yo unos 18 años) había en agosto una velá en el barrio de San Sebastián y me fui a la droguería de Pachico el viejo y le dije que quería actuar. “¿Cuánto me vas a cobrar?”, me preguntó. Y le dije que 15 pesetas. Me dijo que sí y actué tres noches. Al ir a cobrar mis 45 pesetas, me enseñó al señor de Vera Cruz y me dijo: “Hazte hermano y verás cómo te da suerte”. Y le contesté: “Vale, pero págame”.
¿Y en qué consistió tu número en la velá?
Hice unos juegos de cartas y también me atravesé una aguja en la cara. Me la metía por un cachete y la sacaba por otro. El público movía la aguja de un lado a otro. Eso imponía mucho, ahí no hay truco.
¿Sangrabas?
Algo. Pero eso lo dejé porque un día cogí una infección. Tenía otro número que a la gente le hacía mucha gracia. A un señor del público le hacía beber de una botella de vino y, de dentro de la botella, le sacaba unas bragas o un sostén. Se ponía muy colorado.
¿Ahí empezó la carrera del “Mago Yermi”?
Sí, aunque yo diría que la magia no existe. Existe el ilusionismo, que consiste en engañar a una persona. Eso no es magia. Te pongo por ejemplo los juegos de cartas. Para que el espectador coja la carta que tú quieres hay dos formas: forzándolo mediante engaño o con una baraja preparada en la que sobresalga un poco la que tú quieres. Me compré una de esas en la calle Sierpes.
De todas las fotos que tienes la que más me impresiona es la de faquir. ¿De verdad caminabas sobre cristales?
Sí, aunque ese número no lo hacía en los casinos, sino en los cines. Recuerdo por ejemplo que lo hice en el Cine Rocío. Una ayudante ma daba una botella y yo la rompía con un martillo. Después caminaba por encima de los cristales.
¿No te cortabas?
A veces me cortaba, pero poco. Porque, sin que el público se diera cuenta, yo colocaba los cristales de manera que ninguna punta quedara hacia arriba. Al público de entonces le impresionaban mucho los números de faquirismo, sobre todo cuando me tragaba las cuchillas de afeitar.
¿Cómo lo hacías?
Yo le pedía una cuchilla de afeitar a alguien del público. Previamente me había metido entre los dientes y los cachetes trozos de algodón impregnados de grasa. Cuando me daban la cuchilla me la metía en la boca y con mucho cuidado la cortaba con los dientes y la iba desmenuzando en pequeños trozos. Entonces, sin que el público se percatara, con la lengua sacaba el algodón de entre los dientes e iba metiendo los trozos de cuchilla en el algodón, haciendo una bola. Y me la tragaba.
¿Y después la vomitabas?
No. La eliminaba de forma natural, por el aparato digestivo. La verdad es que me la jugué varias veces y lo dejé de hacer tras sufrir una infección.
¿Te lo llegaste a plantear como una profesión?
Ten en cuenta que yo era muy joven y muy inquieto. Todo esto que te cuento ocurrió cuando tenía entre 18 y 20 años. Pero sí que trabajé por Andalucía y Extremadura en un circo que se llamaba Hermanos Alcaraz Castañeda. Después estuve en el Circo Roma, que aquí en Dos Hermanas se levantó en el llano que había delante de la fábrica de arroz.
¿Cuando acabó aquella aventura?
Mis padres, aunque nunca se metieron, sabían que lo mío solo me daría para ir malviviendo. Un día un vecino me dijo que estaban metiendo gente en los astilleros de Sevilla. Me fui andando desde Dos Hermanas, eché la solicitud y me cogieron. Ahí murió el Mago Yermi.
Juan trabajó en los astilleros, de transportista autónomo y también de camionero en Cuétara, empresa con la que estuvo destinado dos años en Reinosa (Cantabria). En 1964 se casó con Carmen Rivas, con la que ha tenido cuatro hijos.