“Yo era tan presumida que iba al almacén de aceitunas con cuatro rosas en el pelo”

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Carmen Rivas
Carmen Rivas Álvarez tiene 81 años. En la foto (delante del encargado) se le ve trabajar, con 12 años, en una manta en la finca Bertendona. Las hojas caen por las ranuras y la aceituna se deposita en la espuerta.

Carmen Rivas, “La Virgencita”, nació en 1943. Trabajó como deshuesadora en todos los almacenes de Dos Hermanas. Hoy recuerda con nostalgia vivencias de aquellos años

Sin darnos cuenta van desapareciendo las mujeres aceituneras. Charlar con alguna, como Carmen Rivas “La Virgencita”, supone hacer un privilegiado viaje a la Dos Hermanas de los años 50.

Carmen, ¿por qué te dicen “La Virgencita”?

Es el mote que le pusieron a mi abuela Dolores, y que heredó mi madre y después yo. Mi abuela iba siempre cargada de niños, arreguinchaos a un mantón que se ponía por lo alto. La gente en Dos Hermanas decía que “parecía una virgencita”. Y a mi padre le decían Antonio “El Garbanzo”, porque mi abuelo era el “Tuerto Garbanzo”. Era tuerto, pero cuando iba a coger espárragos veía más con un ojo que el que tenía dos.

¿Dónde te criaste?

Yo nací en la Casa de Socorro, y pasé mucha necesidad en mi infancia en el Cerro Blanco. Iba a las Escuelas Parroquiales que montó aquel cura tan bueno, José Ruiz Mantero. Pero me salí porque tenía que cuidar a mis hermanos. Mi madre era rellenadora, y en cuanto paría, se iba otra vez. 

¿Recuerdas cual fue tu primer trabajo en un almacén de aceitunas?

Con 12 añitos en el almacén de Cabezuelo, el que había enfrente del Ave María. Doblaba un trozo de anchoa, rellenaba con él una aceituna deshuesada y le ponía un tapín. 

¿En qué almacenes trabajaste después?

En todos: La Lagunilla, Villamarín, Lissén, Carbonell, en Don Armando Soto… Y en El Arsenal solo los domingos para velar. Pagaban más. 

¿Qué significa “velar”?

Velar era hacer un turno de noche porque algún almacén necesitaba terminar un pedido. Por ejemplo un día yo estaba en Terry de 8 a 5 y al salir me iba a otro a velar, de 5 de la tarde hasta las 12 o la una.

Haría mucho frío allí por la noche, ¿no?

Frío y humedad. Yo me ponía una tabla bajo los pies para no mojármelos. Una vez estábamos deshuesando diez mujeres en una mesa y apareció una rata. Se fueron todas chillando. Yo cogí la tabla, se la puse encima a la rata y me subí encima, aplastándola. Me felicitó hasta el encargao.

Carmen Rivas¿Cómo era tu día a día?

Entrábamos de 8 a 12, parábamos una hora para comer y después volvíamos de una a cinco otra vez. Íbamos todas juntas porque nos daba miedo del “Loco el Granaíno”, que nos decía que nos iba a cortar el pescuezo.

Yo era muy presumida. Iba al almacén con cuatro rosas en el pelo y me decían: “¡Te pareces a la mujer de Badila!”. Parábamos en la tienda del Cala para el bocadillo. Le abrían un agujero por arriba al pan y por ahí le echaban la caballa. Y todas le decíamos: “¡Cuando se acabe la lata, me la vendes a mí!”. Todas queríamos la lata para usarla para calentarnos en las naves. Se le ponía un alambre y se le echaba cisco.

¿Siempre fuiste deshuesadora?

Siempre. Pagaban según lo que pesaba el hueso que había en la espuerta. Había gente que hacía fullerías, y echaban el hueso con algo de carne. Los encargaos se daban cuenta de que la aceituna estaba “espichá”. De todas formas, cuando no había que deshuesar me daban una regadera para requerir los bocoyes o me ponían a limpiar los váteres, que no eran más que un agujero en un trozo de hormigón.

¿Lo dejaste al casarte?

No, lo dejé cuando nació mi tercera hija. Dejaba al pequeño en la guardería de las monjas y a la niña mayor con una niñera. Recuerdo que una vez íbamos los cuatro en la moto a las 5 de la mañana para irnos mi marido y yo a nuestros trabajos y dejar a los niños. Había llovido y en Los Pirralos, a la altura del almacén del “Soldadito”, nos fuimos todos al suelo en medio de la noche. Yo estaba embarazada.

Y cuando dejé los almacenes iba a la manta, a Ibarbo. Levantaba espuertas que pesaban mucho, y me dijo el encargao que no fuera más, que estaba embarazada.

O sea, que nunca te han dolido prendas para trabajar…

Nunca he parado. De niña sacaba la piara de cabras de mi hermano y las llevaba a pastar al barrero de Cerro Blanco. Al mismo tiempo que en los almacenes, trabajaba en el campo los fines de semana. He trabajado en la isla del arroz, metida de agua hasta el hombro. He cogido papas. Me pagaban a cien pesetas el saco y en un día llegué a coger 20 sacos. En la Hacienda Mateo Pablo he escardado, he cogido algodón, maíz, aceitunas. Me llamaba el manijero y me decía: “Virgencita, tú vente a la finca a coser sacos”. Y si llovía y había que volverse a Dos Hermanas, por el camino cogía caracoles para venderlos. ¿Sabes cual era el desayuno?

¡No! ¿Cual?

A una rodaja de pan se le hacían unas casillas y se le echaba vino negro y azúcar. ¡Ese era el desayuno! 

¿Ves a tus antiguas compañeras de almacén?

A alguna veo todavía, como mi amiga Mari Carmen “La Venena”. Otras han muerto ya, como Rosario “La Zurda”.

Acabas de cumplir 81 años. ¿Qué te gusta hacer?

Aquí en la casa siempre estoy liada. Tengo cuatro hijos, ocho nietos y dos bisnietos. Y estoy regular de la tensión. Pero lo que más me gusta es cantar. En los almacenes cantaba más que un grillo.  

¿Y qué cantas?

Flamenco. Todas las noches, mientras mi marido duerme, me pongo un programa de Canal Sur y escucho a Pepe Pinto, Marchena… Escucha la letra de este fandango: “Tendría que durar una madre / lo que dura una palmera, / porque así tendría el hombre / una mujer que le quiera / y le llame por su nombre”.